Existió una vez una montaña llamada Trikuta. Era famosa por su belleza y por estar rodeada de un océano de leche. Vista desde arriba, con su frondosa vegetación, parecía una esmeralda engarzada en plata. Estaba habitada por animales salvajes y los melodiosos trinos de las aves se mezclaban con los rugidos de tigres y leones. El delicado aroma de las flores perfumaba el aire. Tanto era así que muchos sabios y seres celestiales la visitaban a menudo.
En esta montaña había un jardín llamado Rituman que pertenecía a Varuna, el Señor de las aguas. En él había un lago maravilloso e inmenso, en cuya superficie flotaban lotos de hermosos colores.
En este lugar encantador vivía Gajendra, un inmenso elefante con toda su manada. Un verano, a la vuelta de una larga marcha, se sintió fatigado y sediento, así que se dirigió hacia el lago con su manada. Se refrescaron y bebieron durante largo tiempo. Al hallarse distraído por estos placeres, un cocodrilo aprovechó la ocasión y atrapó una de sus patas entre sus poderosas mandíbulas.
El elefante, que en verdad era muy fuerte, puso todo su empeño en liberarse del peligro. Los demás elefantes quisieron ayudarle, pero el cocodrilo era tan fuerte que, aunque estuvieron tirando con fuerza de Gajendra, no pudieron liberarle.
Tirando uno del otro dentro y fuera del agua, el elefante y el cocodrilo pasaron años y años luchando. Sin embargo, con los tirones del cocodrilo y los muchos años de lucha en el agua, el elefante vio disminuidas sus fuerzas mentales, físicas y sensoriales. El cocodrilo, por el contrario, como era un animal de agua, veía aumentar su entusiasmo, su fuerza física y el poder de sus sentidos.

Al fin, el elefante comprendió que esa era una batalla perdida para él y que pronto la vida abandonaría su cuerpo. En ese momento, comenzó a ver todas las cosas desde una recta perspectiva. Entonces reflexionó durante mucho tiempo, y finalmente llegó a la siguiente conclusión:
“Estoy en un terrible problema. Todos los que pertenecen a mi manada son incapaces de librarme de semejante dolor. He comprendido que nadie puede ayudarme en esta gran calamidad que ha caído sobre mi. Sin embargo, guardo en mi corazón una esperanza: puedo rendirme a los pies del Señor. Si Él está conmigo, la muerte misma huirá, puesto que ella siente temor ante el Señor. Así, yo meditaré en la Divinidad». Meditó con gran intensidad en Narayana*, dándose cuenta de su ignorancia y de un ferviente anhelo de liberación, se rindió ante Su infinito Poder, Verdad y Luz.
Armado con Su disco y otras armas, Narayana apareció montado en la espalda de Garuda, Su ave portadora. Así, tan veloz como Su propio deseo, apareció ante Gajendra.
Gajendra sentía un intenso dolor, pero cuando vio que Narayana, empuñando su disco, se acercaba por el cielo a lomos de Garuda, inmediatamente recogió una flor de loto con la trompa y, a pesar del gran dolor que sentía, pronunció, con gran dificultad, las siguientes palabras: «¡Oh, mi Señor, Narayana, amo del universo! te ofrezco mis respetuosas reverencias».
Narayana se sintió poseído por la compasión ante este elefante y su desgracia. Se metió en el lago y arrastró fuera del agua al rey de los elefantes, y con él, al cocodrilo. Inmediatamente, cortó la cabeza del cocodrilo con su chakra sudarshana (el disco, una de sus armas divinas).
Gajendra, a pesar de su terrible agotamiento, permanecía con la flor de loto en la punta de su trompa levantada hacia el Señor. Con amor infinito, el Señor aceptó el loto, y el elefante se sintió inundado de la más absoluta felicidad. Había sido tocado directamente por las manos de la Divinidad, y debido a ello quedó inmediatamente libre de todo rastro de ignorancia y apego, alcanzando así la salvación llamada sarupya-mukti, pasando a tomar parte de la misma forma del Señor Narayana, vestido con ropas amarillas y dotado de cuatro brazos.
*Narayana es conocido como el aquel que está en un sueño yóguico en las aguas celestiales, esto se refiere al Señor Maha Vishnu.
Esta historia aparece, con mucho más detalle, en el capítulo VIII del Bhāgavata-purāṇa. Pero como muchas historias de la tradición hindú, casi nada es lo que parece. Así que si quieres conocer quienes eran en realidad el elefante Gajendra y el cocodrilo, puedes suscribirte a nuestro blog porque continuaremos en las siguientes publicaciones.
8 comentarios en «La liberación del elefante Gajendra»
Hermosa leyenda, cuanta sabiduría hay en ella. Cuando el cuerpo ya no puede más, saber que somos más que ese vehículo, el espíritu, el alma, el átman. Abrirnos al Señor, a Ishvara, pura conciencia.
Gracias querida tocaya
Bonita historia llena símiles con otras religiones…todas ellas nos conducen al mismo fin, el camino de la sabiduría y la perfección, más allá de nuestro cuerpo material. Gracias Pilar
Muchas gracias, querida Petri.
La sabiduría eterna impregna todas las tradiciones, en la védica (hindú) se ha mantenido muy intacta hasta nuestros días gracias a la transmisión directa de maestro a discípulo. Todas ellas, como bien dices, son guías hacia el reconocimiento de nuestra Esencia, comprendiendo que no estamos limitados por lo más aparente: el cuerpo, la mente, las emociones, los sentidos, etc.
Un gran abrazo.
Muchas gracias, querida Pilar.
Todo nos ayuda a esa comprensión de la plenitud que ya somos, estas historias son muy inspiradoras para facilitar esa apertura a lo que Es, a lo que Somos.
Un gran abrazo.
Es una historia llena de imaginación y muy bella ,con una moraleja muy instructiva y verdadera 🙏💕
Muchas gracias, querida Ángela.
Nos alegra saber que estas historias llenas de sabiduría y tradición sirven para dar claridad a nuestro enfoque y nuestra meta.
Un gran abrazo.
Dinastia
Los tres príncipes Gupta y sus acompañantes montaban sus elegantes elefantes blancos. Los animales se deslizaban por una espaciosa avenida saturada de muros de piedra labrada que ostentaban los signos del reino. Los hermanos pasaban por debajo de altos balcones y sobre los pétalos de exótica fragancia que eran arrojados por los ciudadanos. Ante ellos, iban elevándose los imponentes muros y las grandes cúpulas que derramaban sus sombras sobre el camino que conducía hacia el palacio del emperador Otali. Finalmente, cruzaron por debajo de un gran arco de color blanco realzado con un reborde de borlas de mármol, que llevaba hacia los espléndidos jardines de recreo del monarca.
Nirek el primer hijo de Otali, iba orgulloso por delante; Ojayit, el segundo hijo, lo seguía de cerca, atento a empuñar su filosa arma contra cualquier enemigo, y, asimismo, Nayakan, su hermano menor y otro virtuoso con las armas, iba detrás de ellos. Los seguían por detrás filas de guardias armados con lanzas. Al final, avanzaba un largo séquito de sacerdotes, esos viejos que se dedicaban al estudio de las leyes divinas, y que la pasaban encorvados sobre antiguos pergaminos. Todos recibían saludos alegres del pueblo.
El nacimiento del príncipe Nirek ocurrió en una tranquila noche, mientras la plateada Luna daba su sereno rostro y se desplazaba a través de las estrellas. Otali estaba impaciente, pero sabía que la paciencia es como un árbol de raíz insípida que produce dulces frutos.
―¿Cómo esta ella? ―preguntaba Otali con el corazón exaltado.
―Mi Señor, su esposa Kuntana acaba de parir con salud un hermoso niño, tan luminoso como la Luna ―le contestó el médico principal.
Unos días después, ocurrió la ceremonia para darle un nombre al bebé; se le bendijo y los sacerdotes le desearon una larga vida llena de riqueza y sabiduría. Después, el niño fue colocado sobre el regazo de su padre y recibió su bendición. El sacerdote principal ofreció su plegaria a los dioses y a los espíritus de los antepasados del clan, para poder obtener sus bendiciones. Los clarividentes predijeron que algún día, este ser realizaría memorables acciones, y sería él uno de los prodigios de su creador. Nirek sería grande en pensamientos y en hechos; el hijo de Otali tendría una razón elevada, sus acciones serían rectas y firmes, y sería por derecho, el emperador de Panyab.
Ojayit era el segundo hijo de Otali, y era dos años menor que Nirek. Desde pequeño se notaron en él cualidades atléticas.
―Óyeme querida esposa ―decía Otali―. Pronto el pequeño despreciará la suavidad de tus manos ¡Porque montará el lomo firme de los elefantes de guerra!
Al reconocer las habilidades de Ojayit, su padre le obsequió una espada de esplendor sin igual. Era un regalo de los dioses, y al recibirlo, Ojayit quiso convertirse en un gran maestro. La espada, estaba adornada con el rostro de un dios de oro en el centro del pomo, que descansaba sobre un fondo de esmalte negro. Además, tenía los símbolos del imperio tallados en el mango. Ojayit manipuló el arma, y sintió asombro cuando la hoja cortó el aire.
Nayakan, el tercer hijo de Otali, compartía con Ojayit una virtuosidad innata en el combate. El amable príncipe de ojos oscuros, tenía un gran afecto por sus familiares, y los visitaba con frecuencia.
Paramjit, padre de Otali, se destacaba por su rectitud, honorabilidad y habilidad para resolver problemas. Un día, consideró que era necesario que oficiales de prestigio, y guerreros expertos, impartieran la instrucción necesaria a sus nietos. Así, se embarcó en la búsqueda de los mejores instructores del reino para llevar a cabo esta tarea.
Birendra era un general valiente y poderoso. Al saber las intenciones del antiguo emperador, se ofreció para enseñar los secretos de la espada a los príncipes Gupta, y el experimentado hombre se encargó muy bien del asunto. Sus palabras cortaban el velo de la ignorancia, y revelaban la verdad que yacía en el corazón de la batalla. El viejo guerrero dejó plasmadas en lienzos las enseñanzas de las artes bélicas, y la pluma danzó al ritmo de sus hazañas.
Bajo la tutela de maestros de renombre, los jóvenes caminaron por el sendero de la guerra, ávidos de conocimiento, y sedientos de gloria. Aprendieron que la esencia del guerrero residía en elevarse por encima de las pasiones efímeras y los deseos mundanos; que la batalla justa abrazaba todas las escuelas, acogía todas las mejoras y exploraba los más nobles métodos, pero desechaba el ansia inerte de la conquista desmedida.
Ojayit practicaba con la espada, y sus compañeros observaban la soltura de sus movimientos, la gracia de sus ritmos y la variedad de sus ataques. El príncipe practicó con esfuerzo hasta llegar a la excelencia, y al igual que sus hermanos, realizó el rígido entrenamiento cada día de la escuela militar.
Los hermanos siguieron las enseñanzas con obediencia, y con el paso de los años, perfeccionaron sus conocimientos, y aprendieron conceptos filosóficos de la vida. Obtuvieron mayor fuerza física, manejaron el temor, mejoraron la concentración mental y, por supuesto, consiguieron el completo dominio de la espada. Los generales consideraban cualquier circunstancia que pudiera presentarse en una guerra. Los hombres adiestrados podían escalar altos muros y trasladarse por las fortalezas enemigas sin ser descubiertos. Además, aprendían con dedicación las distintas técnicas de pelea del Kalaripayatt.
Muchas gracias por compartir tan bella y ejemplar historia. Contiene una valiosa enseñanza. Un abrazo. Om Shanti.